Escribe Javier Capapé

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Escribe Javier Capapé


A estas alturas todos lo hemos escuchado ya: el nuevo disco de Andrés Calamaro es su mejor colección de canciones desde sus grandes cumbres “Alta Suciedad” y “Honestidad Brutal”. Puede parecer pretencioso, una estrategia de marketing más, pero no, “Cargar la Suerte” es definitivamente su mejor disco en los últimos veinte años, y eso es mucho decir tratándose de un artista que suele tenernos acostumbrados a discos de calidad, aunque también abunden en él los momentos excesivos. Éste no es el caso. Las doce canciones de este álbum son de lo más granado de una carrera ya consagrada y que tenía en uno de sus más recientes trabajos, “Bohemio”, una cota muy alta que superar. Pero lo ha hecho. Y de qué manera. Es difícil dejar atrás tópicos y comparaciones o armar la reseña de este último disco sin utilizar paralelismos con anteriores entregas, pero es que no resulta tarea fácil evitar que nos vengan a la cabeza los momentos más inspirados del argentino con discos como los ya citados de su etapa inmediatamente posterior a la disolución de Los Rodríguez al escuchar lo más reciente. Está a ese nivel de aciertos, a pesar de que la construcción de las canciones y su sonido se distancie de aquellos. Para grabar “Cargar la Suerte” Andrés Calamaro ha contado con músicos de sesión muy jóvenes como Aaron Sterling, Eric Kertes o Rich Hinman, además de otros consagrados como Mark Goldenberg, Joel Peskin o Brandon Fields, y eso se nota.

Tal y como Calamaro ha contado a los medios, el disco se grabó de forma urgente, en apenas cuatro días en los estudios californianos Sphere y con los músicos tocando en directo. Él mismo ha dicho en alguna entrevista que “esos días de grabación fueron gloriosos, para recordar siempre”. Esto fue posible gracias al gran trabajo en la dirección de los arreglos de su actual mano derecha Germán Wiedemer, que también se encargó del piano y los teclados, y a la producción de Gustavo Borner. Además, parece que el músico argentino armó estas doce canciones, pero dejó muchas más en la recámara que bien podrían formar parte de futuros discos en un breve lapso de tiempo que quizá se graben con estos mismos músicos, con los que se ha entendido perfectamente. Pero agradecemos que se haya centrado únicamente en estos doce temas para que el disco sea más compacto y no le sobre de nada, ya que sabemos que el exceso en Calamaro puede dejar obras inconexas como su último trabajo “Volumen 11”.

En el disco existía la premisa de la inmediatez y frescura en la grabación, pero también se ha hecho un esfuerzo por darle más protagonismo a las guitarras y destacar generosos solos de este instrumento que no eran tan habituales en la carrera del músico. Quizá el sonido se haya inclinado demasiado hacia la “americana”, tan de moda en estos tiempos entre los músicos consagrados del rock hispano, pero hay que reconocer que le sienta como anillo al dedo y renueva así su sonido más castizo al que suele tenernos acostumbrados. Hay más homogeneidad en el conjunto, pero tratándose de un disco tan bien ejecutado es algo que juega más a su favor que a su contra. Quizá falte un single mayúsculo, aunque “Verdades Afiladas” sea la evidente excepción, pero el conjunto es soberbio, mucho mejor definido que “Honestidad Brutal” (con esta afirmación quizá alguno deje de leer la reseña) y tan redondo como “”Alta Suciedad”, a pesar de que aquí busquemos el reconocimiento más por el conjunto como un todo que por la sucesión de singles de éxito como ocurría en este otro.

Aunque nos hayamos percatado también del motivo taurino de este título, se me antoja que “Cargar la Suerte” sea mucho más que ese “poner el cuerpo” en el mundo del toreo y nos lleve a esas ganas de recargar y aprovechar los momentos lúcidos e inspirados de un músico con una carrera tan extensa como la del argentino. Cuarenta años dedicados al oficio en los que, como aquí demuestra, sigue repartiendo grandes canciones utilizando a esa musa o suerte como aliada. “Cargar la suerte” es mucho más que entregarse al toreo, es también arriesgar y aportar a este mundo de la música que tan bien conoce nuestro protagonista. Porque además, en este disco hay muchos más recursos literarios en la línea del compositor y del amigo que en la del mundo taurino que tanto le gusta. Y es que Andrés es ante todo músico, no nos olvidemos, por encima de sus declaraciones controvertidas y de sus variopintas compañías.
Pero vayamos a lo que realmente importa, a las canciones. Porque en este disco todas tienen algo reseñable, desde su sonido cuidado al milímetro, hasta su temática entre la crítica social a la actualidad, el desamor y el valor de la amistad. Incluso su instrumentación comparte en estas doce canciones momentos imbatibles con el uso del pedal steel, el Hammond, los ya mencionados solos de guitarra o los delicados arreglos de cuerda y viento. “Verdades Afiladas” es el single más claro del álbum con una letra marca de la casa que dibuja una melodía que destaca por encima de la rítmica. Sirve además de presentación de una banda fantástica, bien medida y ajustada a las necesidades de Calamaro. “Tránsito Lento” atrapa por su ritmo arrastrado y recitado con un saxo dominante que le da un aire con tintes blues rock. “Cuarteles de Invierno” se asienta en una sección de cuerda junto a unos vientos delicados para hablarnos de la composición y el retiro. Una maravillosa forma de adentrarnos en el arte de escribir canciones.

“Diego Armando Canciones” es toda una declaración de principios. Afrontada con delicadeza e incluso ternura, como pocas veces hemos visto de esta manera en la carrera de Andrés. Una melodía que puede parecer juguetona entre el pedal steel y las guitarras americanas, pero que esconde grandes verdades, con una producción que parece parida por Brad Jones. Para mí, la gema del disco, una canción que crece cada vez que se escucha y se hace tuya. Pero claro, si lo que viene a continuación son “Las Rimas”, puede que el gancho se diluya a favor de ésta, un rap jugoso en letras y rimas que sirve de manual para entender la mente de Calamaro (“No hay camino que no empiece por un beso, pero vas a terminar sintiéndote preso”). Aunque pueda parecer que en ella escuchamos reminiscencias del clásico “Paloma”, este tema tiene personalidad por sí mismo y termina siendo un reflejo de nuestros tiempos (“El amor tiene cobertura pero no tiene relleno”). “Siete Vidas” contiene un riff jugoso y potente. Recuerda a los temas más acelerados de “Honestidad Brutal” o a “Los Chicos” de “La Lengua Popular”. En éste, las referencias taurinas son un hecho, aspecto que se diluye en el resto del disco. La calma llega con “Mi Ranchera”, que sin pertenecer a este género se convierte en un tema desgarrado y semi confesional. Con una guitarra doliente junto a los arreglos de cuerda y cornos de la mano de Teag Reaves y Katie Faraudo que le hacen aumentar su épica. Con una letra que dice: “hubiera sido mejor despedirte de mi con un balazo”, la visceralidad en primera persona se hace patente y es rematada con un piano de Wiedemer que recuerda a la crudeza y sensibilidad de aquellas sesiones de “Romaphonic” que formaron parte del tercer volumen de sus famosas “Grabaciones Encontradas”.

Cuando llegamos a “Falso LV” nos damos cuenta que más de la mitad del disco ha pasado y apenas nos hemos enterado, porque todo fluye y en ningún momento nos ha descolocado ningún tema fuera de lugar. La elección y el orden de las canciones sigue siendo soberbia y así llegamos a esta crítica a la intolerancia actual en un mundo “maquillado por los payasos de la igualdad” como el mismo Calamaro comenta. “Falso LV” es de las canciones más provocadoras del conjunto y seduce gracias a su descaro, a sus versos afilados y a sus vientos potentes. Tras la tempestad llega “My Mafia”, un canto a la amistad mayúscula en tiempos de falsedad. Su cadencia lenta se subraya con el pedal steel de Rich Hinman para volver de nuevo a las guitarras afiladas de “Adán Rechaza”, la canción más contemporánea del disco, que por momentos suena a un indie castizo acelerado en la línea de los mejores rocks del argentino. “Egoístas” vuelve al sonido americana y al pedal steel, con un Hammond de base y una melodía vocal exquisita. En esta canción Andrés hace un ejercicio de apuesta por la soledad y por sus bondades, para terminar nuevamente con una canción confesional que nos deja a un músico con ganas de seguir rodando, buscando a su vez el sentido a “saber vivir”. Una maravilla de ritmo lento y suave melodía para despedir un disco sin ninguna canción prescindible, casi perfecto hasta en su tema oculto instrumental a modo de improvisación de jazz que quedó registrada en los momentos de descanso entre canción y canción durante la grabación en Los Ángeles.

“Cargar la Suerte” es por tanto un disco imprescindible. Necesario. Actual. Con un Calamaro que demuestra que sigue inquieto y feliz por rodearse de músicos que renuevan su cancionero y le dan un espíritu mucho más fresco y descarado que en anteriores grabaciones. Quizá debemos dejar atrás de una vez por todas las comparaciones y afirmar que, además de las obras maestras en la carrera del argentino, ésta es sin duda una de sus mejores y más atemporales criaturas.

Verdades afiladas