Volumen 11

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Calamaro, en guerra contra la solemnidad: nuestro comentario de “Volumen 11”
En Volumen 11, el músico entrega un repertorio con preeminencia de blues & roll y con algunas letras políticamente incorrectas. Andrés va a su aire y fluye sin un productor determinado. En algunos tramos, este disco toca tangencialmente a “El salmón”.

Por Germán Arrascaeta
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El último tramo de la discografía de Andrés Calamaro se había concebido en términos de cierta formalidad: un estudio de grabación, un productor enfocando a un artista de pasado inmediato incontenible y los músicos atendiendo un repertorio exquisito.

El palacio de las flores (2006) tuvo a Litto Nebbia; Cachorro López le puso barniz radioamigable a La lengua popular (2007) y Bohemio (2013); y Rafa Arcaute empoderó a On the rock (2010). Hasta en el más reciente compilado Romaphonic Sessions-Grabaciones encontradas, Vol. 3 (2016) Andrés se dejó arropar por el entrañable piano de Germán Wiedemer (2016).

Bueno, sobre el cierre de este 2016 fatal, Calamaro ofrece Volumen 11 con libre flujo de su instinto, privilegiando cierto impronta blues & rock guitarrera y desentendiéndose de un pasteurizado sonido industrial.

No llega al extremo experimental de El salmón (2000), pero lo toca tangencialmente. Sobre todo, eso sucede en el fragor spoken word de Las almas agradecidas (“Infarto social/ temporal de materia fecal/ nuestro Vietnam”), que recuerda al de Mi funeral 11, y cuando las líricas se inclinan decididas por lo políticamente incorrecto. Tal el caso de Cazador de ateos, donde se le oye “me río a carcajadas de la compasión con animales” y “qué maricón preocuparse por ballenas”.

OK, cualquiera puede hacer uso del derecho de considerar esto como un exabrupto, pero ante la solemnidad que ha tomado por asalto a nuestro rock, viene bien un polemista como Calamaro.

Un Calamaro que, como siempre, se permite reverencias a Pappo (Blues de Santa Fe) y a Spinetta (en rigor, reinterpreta a Pescado con una versión de Como el viento voy a ver) en un tracklist que llega a las 19 canciones.

Con Pappo, incluso, va al extremo de considerarse discípulo en Hasta el cielo, donde inventa un pasado esclavista para sus ancestros: “Mis abuelos en el campo de algodón/ me enseñaron a cantar para vivir/ y mi amigo el de El Blues de Santa Fe/ a vivir para tocar el rock & blues”. Otras versiones: Mareo (Babasónicos), presentada como un bolero bebovaldesinizado, y la ranchera Que te vaya bonito (José Alfredo Jiménez), resignificada por el compromiso interpretativo de Andrés.

Pese a tener un título que sugiere perillas corridas al extremo derecho, Volumen 11 deja margen para algo como Rock y juventud, un medio tiempo emocionante que, según su autor, cuenta con una letra de libre interpretación. De todos modos, al escucharla se impone una idea sobre cómo recortar el silencio por tres minutos y chirolas con una canción.

De ese bello arte, Andrés Calamaro sabe un montón. Como también de la estrategia de entregar un corte de adelanto engañoso como La noche, que sugería algo más insulso y encorsetado y no esta desmesura que sacude toda modorra e invita a sacarnos la mochila de la resignación.