Fernando Savater : Tauroética

Blog

Fernando Savater : Tauroética

Fernando Savater: Tauroética

En el derecho tradicional se considera bárbaro el hecho de no distinguir entre lo humano y lo animal. Es bárbaro, tradicionalmente hablando, quien trata a otros de sus iguales como animales. Sólo un bárbaro no distingue entre un ser humano y un animal. El toreo es un asunto de libertad y es una opción que no es similar a la de atacar a los demás seres humanos o aprovecharse de su pobreza. Es una forma de entender la vida, de mirarla.
La idea de la prohibición proviene de la cultura anglosajona, no porque no consuman carne, pues no son remisos a comer animales, sino por su visión pragmática de ver con buenos ojos el comer, por ser necesario, y con malos las corridas, por ser un espectáculo. Los anglosajones siguen con una visión puritana de la vida. Para ellos es bueno alimentarse comiendo carne, pero divertirse con un espectáculo donde está la muerte de un animal es malo. Es un problema de libertad. Es respetable que a alguien no le gusten los toros, como que no le guste la carne de caballo, o ver pajaritos en jaulas. Eso está bien. Eso puede ser noble, pero no es parte de la moral, pues la moral hace referencia a las relaciones humanas. Ir contra las corridas de toros no puede ser una norma moral impuesta a todo el mundo. No se puede legislar y mandar sobre los gustos de los ciudadanos.
Los taurinos no disfrutan con la tortura; si así lo hicieran, pues iríamos a un matadero a deleitarnos. No conozco a nadie que le guste ver a un torero darle múltiples pinchazos a un toro. Supongamos que yo disfrutara de la muerte del toro, mi gusto no es problema del otro y mucho menos de un gobernante; quizás un alcalde quiere que yo sea bueno como él, pero no es asunto suyo salvar mi alma. Tampoco tiene derecho a condenar mi alma porque me gusten los toros. O porque me guste la pesca del salmón, que él considera una maldad.
Los animales no tienen derechos en el sentido estricto de la palabra, pues tampoco tienen ningún deber. El derecho es una cosa que los seres humanos nos concedemos, entendemos que uno tiene un deber y por lo tanto tiene un derecho correlativo de exigirlo. Un animal vive fuera del reino de las leyes, uno puede concederle derechos. Por ejemplo, una vaca que vive en mi finca, tiene derecho a estar allí porque es parte de mi derecho a tener vacas. Pero la vaca no tiene en sí misma derecho. Cuando se destroza una selva, el hecho es motivo de sanción porque viola mi derecho y el de mis hijos al oxígeno y a la belleza, pero no porque los árboles tengan derechos. Los animales son seres vivos con los que podemos tener una relación afectiva, aunque ellos no nos reconozcan afectivamente como nosotros a ellos. Un perro sabe quién es su dueño porque le da comida, pero un perro no ama a nadie. Se crea una sensibilidad que no es otra cosa que el deber de tratarlos para lo que sirven. Si uno lidiara una oveja, pues ello estaría mal, las ovejas no están hechas para eso. Tratar a un animal de una forma indebida es una indelicadeza. No olvidemos que hay personas muy malas que han tenido muy buenos sentimientos por los animales: las dos primeras leyes de protección a la naturaleza que incluían el derecho de los animales las hizo Hitler en Alemania. Fueron las primeras leyes ecológicas en Europa, y él mismo tenía su perro al que cuidaba y quería.
Mientras haya una afición que entienda de toros y que vaya a las plazas, prohibirlos es una atentado contra la libertad de opinión, de opción cultural. Hay que respetar la fiesta del toro como un bien cultural y como parte del derecho a la libertad. Las corridas son un culto. Prohibirlas es una acto autoritario, un liberticidio auténtico. Cuando desaparezca el público de los toros, desaparecerán, naturalmente, las corridas. Esa es una ley distinta. La prohibición de los toros se pretende mostrar como un acto moralizante, pero es en realidad un acto de despotismo, de intolerancia chapucera.