Volumen 11

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Volumen 11

 

Pero, ¿qué sensación global queda tras escuchar detenidamente un montón de veces “Volumen 11”? La primera es que habríamos evitado muchas palabras en esta crítica si el disco se hubiera englobado en las “Grabaciones encontradas”, que parece su hábitat natural. La segunda, que Andrés Calamaro es como Jekyll y Hyde, capaz de lo mejor y lo peor, de ofrecernos tanta belleza como fealdad, de desplegar tanta sensibilidad como despachar inexplicable atrocidad. La tercera, que si hubiera seleccionado con sentido lo mejor de este disco ahora estaríamos festejando, sin dudarlo, algo próximo a la obra maestra, pero, como sabemos, el exceso y el todo vale provocan que el tanteo final descienda varios puntos. Sin embargo, así es el Calamaro de 2016, lo asumes, lo ignoras o lo desprecias. Hay que aplaudir que siga yendo a su aire, que sea capaz de editar discos como este, que de tan libre y poco sujeto a los cánones acaba resultando abiertamente irregular. Su actitud, de tan temeraria, se agradece, aunque nunca vayamos a perdonar el bochorno de ‘Cazador de ateos’. Pero no hay duda de que Calamaro hace, exactamente, lo que le viene en gana.

Cortando con tiento y sentido (o siguiendo los consejos que, imagino, nadie le da o no quiere escuchar), Andrés Calamaro ahora mismo podría tener un disco de blues rock y aledaños absolutamente magistral, porque aquí hay momentos de rotunda genialidad. Pero ha preferido ir a saco, incluso es probable que esté dinamitando los últimos puentes que le quedaban tendidos con algunos de sus seguidores de más largo recorrido (aquellos que siguen enganchados “por lo que fue” y viven instalados en la decepción y/o la desconfianza) y, desde luego, descolocar a las nuevas audiencias de los últimos tiempos (aquellas que esperan a un Calamaro “amable”). En todo caso, ¿de qué materia está hecho el talento, cómo se amasa la genialidad y cuáles son sus consecuencias? Habrá que estudiarlo.

 

Fuente: Efe Eme