Golden Boy

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Son varias las razones por las que ya se echaba en falta un nuevo trabajo en directo de Andrés Calamaro, así que no cabe sino congratularse de que haya llegado por partida doble. Por una parte se pone a la venta el combo en deuvedé más cedé “Pura sangre” y por otra el disco en vivo “Jamón del medio”, ambos grabados en la misma gira pero en distintos tramos, siendo muy diferentes entre sí.

El último disco en directo de Calamaro fue “El regreso”, su último deuvedé en vivo “Dos son multitud” (junto a Fito Fitipaldi), el primero data de hace casi diez años, el segundo de seis, y desde entonces han pasado muchas cosas en el universo del músico, contándose entre las más relevantes la conquista de nuevos territorios geográficos, la grabación de un gran disco como “Bohemio” y la nueva banda que armó para su presentación, a la altura de los lejanos días en los que contaba con Guillermo Martín y Gringui Herrera. Efectivamente, Calamaro regresó respaldado por cinco argentinos ardientes, respetuosos con el material de su jefe, honorables en su forma de tocarlo; respetuosos, sí, pero con mucho carácter. De ahí que “Pura sangre” y “Jamón del medio” sean dos documentos importantes en la carrera de uno de los grandes autores del rock en castellano, porque no solo se encuentra en un gran estado de forma, sino porque ha dado con un equipo que aporta nueva energía a un repertorio dorado.

No hay duda, no hay que escoger, tanto “Pura sangre” y “Jamón del medio” son trabajos esenciales y distintos. Si nos remitimos al término estricto, “Jamón del medio” tiene un carácter que acentúa su esencia de clásico disco en vivo. Grabado en su última gira española, su dinámica es la que Calamaro paseó por los escenarios, estando grabado al detalle, consiguiendo el éxtasis cuando toca y pidiendo silencio cuando es necesario. Es, desde ya, el mejor disco en directo de su autor, por actitud, sonido y brillantez. Nada falla, es perfecto y no es exageración. Además, como buen álbum en vivo es una muestra de que en los ensayos y en el escenario se dan momentos de enorme creatividad. ‘Output input’ suena más concentrada, nervuda, ‘El tercio de los sueños’ es un blues torero, ‘Paloma’ reduce el tempo y, cómo no, ahí está la free jam que da nombre al disco, sencillamente impresionante. Las canciones de “Bohemio” son más fieles al disco del que provienen pero suenan a puro directo, incluso algunas como ‘Doce pasos’ se antojan todavía más excitantes, si es que era posible.

Por su lado, el disco de audio adicional que acompaña al deuvedé “Pura sangre” es un estallido a largo de sus catorce canciones, de las cuales ninguna coincide con las de “Jamón del medio” y únicamente tres encuentran homónimas en el deuvedé al que acompaña. Es decir, tiene peso propio. Centrándonos en el sonido, mientras que el público español canta y escucha en “Jamón del medio”, en este la audiencia americana directamente explosiona. Andrés toca ante ellos alguna rareza como ‘No me vuelvas la espalda por eso’, pero el grueso son más y más clásicos. Calamaro tiene un cancionero tan magnánimo que pude hacer esto, llenar lanzamientos en vivo sin que sobre nada y nada coincida. Es especialmente brutal el inicio con el ‘A los ojos’ de Los Rodríguez y ‘Mi gin tonic’, también la vibrante ‘Me arde’ (con nuevos arreglos sutiles) y el final a ritmo de ‘Alta suciedad’ y ‘Los chicos’ en dos versiones sentidas y crudas.

Obviamente, es el de deuvedé de “Pura sangre” el que recoge un repertorio más amplio que su cedé y “Jamón del medio”, con ventisiete temas grabados en su mayoría en el Hipódromo de Palermo de Buenos Aires con algunos otros intercalados de la gira americana que ayudan a que el film fluya, puesto que su duración es de dos horas y se agradecen esos saludos a los países que con tanto cariño acogen a Calamaro y su banda. No se hace largo, está grabado con muy buenos medios y se disfruta mucho, pero esos detalles son muy bienvenidos. Aquí es donde se aprecia el hermoso despliegue visual de la gira y donde hay que reincidir en la enorme fuerza actual de Andrés y sus músicos. Julián Kanevsky y Baltasar Comotto son dignos heredos de Guillermo Martín y Gringui Herrera, Sergio Verdinelli un batería perfecto, contundente y a la vez ágil, Mariano Domínguez un bajista con grosor y feeling, y Germán Wiedemer un teclista superior que obra de director musical y que ha sabido entender muy bien qué necesitaban las inmortales canciones de un Calamaro frente al que solo cabe quitarse el sombrero una y mil veces. Canta mejor que nunca, juega con los temas, enamora.

Juanjo Ordás