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Noche de orgasmos sin sexo

por Juan Guillermo Palacio, Manizales (Colombia)

Los festivales taurinos me han parecido aburridos. La noche solo es buena para otro tipo de lidias y encerronas. A lo sumo para torear cuando los aspirantes ingresan a hurtadillas a una ganadería para pegar el lance que les ha negado un ganadero o para torear desnudos para la luna.

Si en las corridas de primera categoría en Colombia se echan cada vez más cabezas comoditas, el tamaño de las defensas del toro es menor cuando la circuncisión es legal. Además, los diestros no cobran. Por experiencias periodísticas que he tenido, siento animadversión por el trabajo gratuito; la misma que experimento por la inflación de salarios que ha ocasionado el monopolio de las figuras.

De todos los que he visto, no recuerdo ninguno que tuviera un resultado artístico como el de ayer. La participación de cinco figuras del toreo –Morante, Juli, Castella, Manzanares y Pablo Hermoso-, todos en celo (profesional), transformó el relajo tradicional (del vocablo: relajación: distensión por ausencia de riesgos) en una corrida de beneficencia. ¡Tranquilizaos puristas! ¡Volved al templo de los sumos sacerdotes y desarmad la cruz que la utilidad del festival es a beneficio del hospital infantil de la ciudad!

La primera oreja se las cortó un colombiano, tataranieto del Zipa. Morante se resignó a hacer lo que pudo con un manso que lanzaba arreones: 1 serie con la derecha, 1 de naturales, 3 trincherazos y “media verónica cansada de esperar”. Solamente. Al Juli le dio sendas volteretas un chiquito enrazado. ¡Al Juli, el Joselito el Gallo viviente! Una herejía de un novillo que aprovechó un descuido de Julián, que no descuida nada. Se desquitó con toda su tauromaquia (la del Gallo) y su historia, en una faena que parecía de trofeo, de catedral. Castella, que es un torero que de vez en cuando me gusta, se pegó uno de sus acostumbrados arrimones  de novio. Manzanares corrió bellos riesgos. Y Pablo Hermoso volvió a exprimir a un novillo que tenía más cuerda que un juguete antiguo. Dio circulares, trincherazos, derechazos, naturales, toques a cada pitón, hasta serpentinas… a caballo.

Aunque lo mejor lo hizo un jovencito de Manizales, Santiago Naranjo. Ha lidiado más toros Barcelona que él el año anterior. Realizó 2 faenas en una, con series templadas, variadas, limpias, ejecutadas con temple y personalidad. Anduvo en figura, igualado como la cenicienta a sus compañeros de cartel, a quienes por momentos superó. Una faena demasiado hermosa y humana para no olvidar.   Este festival, quién lo creyera, con sus 9 orejas, podría tener varias consecuencias:   Picar a Morante y al Juli para el mano a mano que cierra la feria. Saldrán como fieras.

Naranjo debería estar en los carteles de Manizales, Medellín y Cali de la próxima temporada. Con corridas de garantía -del tipo Gutiérrez– convocaría a muchos paisanos, quienes querrán ver a “la leyenda que le ganó” a los grandes maestros.

Los festivales son el espectáculo taurino que atrae más público y nueva afición. Inexplicablemente en Colombia no han funcionado bien. Los ganaderos hacen muchas veces ensayos y limpian corrales. Cuando se contrata una ganadería de garantía y el criador envía un lote en el que confía realmente, se pueden tener noches mágicas e inolvidables. La alta inversión en la boleta tuvo una alta tasa de retorno de felicidad.

Si a los jóvenes también se les ofrece, de vez en cuando, el dulce que solo prueban las figuras, saben responder. Empeñan la vida para ser toreros. Les llega su turno en Colombia (¿dónde más?), los echan al foso de los leones con pocas corridas encima (Dosgutiérrez, Achury, Mondoñedo), y si no cortan las orejas, difícilmente los vuelven a repetir. El año pasado a Santiago Naranjo la moneda cayó en la cruz. Le entraron sus dos toros vivos en el día de su debut en su ciudad natal. Eran toros imposibles de lidiar. Pensó en retirarse, como ya lo han hecho algunos de sus compañeros. Otra tarde de esas y habría sido condenado al ostracismo.

Fue una noche de magia. De cielo abierto, con la luna como testigo. El nevado del Ruíz vestido de blanco para la ocasión. La virgen de la Macarena más brillante que nunca. Los tendidos llenos. Las figuras peleando cuerpo a cuerpo. Los novillos  agostando sus fuerzas al embestir. Pablo Hermoso haciendo de nuevo lo imposible. El Juli, como un novillero que tuvo que defender su tauromaquia. Morante a gusto y dadivoso regalando imágenes hechizantes. Castella reinventándose. Manrique peleador. Andrés Calamaro, el Salmón, electrizado como en un festival de rock. Y Santiago Naranjo más que a la altura, porque levitó igual que Remedios la Bella. Unas señoras de camándula y mantilla, que aquí abundan, aseguraban que la mismísima virgen lo había acompañado a torear. El lunes van a ir al despacho del arzobispo para contar el milagro.

Que la vida me regale muchas noches como esta, no importa que sean sin sexo. Hay orgasmos que son mejores.

Por Juan Guillermo Palacios