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Andrés Calamaro se lo gasta en elegancia
CARLOS H. VÁZQUEZ | 16/3/2016

¿Qué le queda de inmortal, Andrés?

Por lo menos no le dejo al mundo un legado tan nefasto como el iPhone. No sé si en doscientos años alguien recordará mis canciones, pero nadie va a entender que hubo esclavos fabricando celulares para sacarse fotos con un palo.

Dice el tango Milonga del trovador que “mi casa es donde canto por que aprendí a escuchar la voz de Dios, que afina en cualquier lugar”. ¿El artista y creador, en su caso, es de donde compone y no de donde nace?

¡Caramba! Soy un espíritu sedentario en un cuerpo nómada. Me cuesta aceptar que no tengo una casa permanente donde vivir rodeado de mis instrumentos nobles, mis discos de toda la vida, los buenos cuadros y la ropa que ya no me queda. Mi casa es donde pueda permanecer el tiempo suficiente para leer un libro.

¿Cree a estas alturas en Dios?

No llegué a una altura tan imponente que me haga creer.

¿Ha querido, junto a Germán Wiedemer, elaborar su propia revolución –espontánea- como músico y como cantor en estas Romaphonic Sessions?

Caramba, no. Estábamos grabando algo informal para mostrar a dos compañeros e ir cuajando los ensayos. No pensamos siquiera que estábamos grabando un disco. Si se filtró el espíritu revolucionario, entró sin hacer ruido y se quedó sentado en silencio mientras cantábamos.

Permaneció dos días en el estudio y cantó todo en una tarde, ¿verdad?

Fuimos dos tardes a una habitación llena de amplificadores de guitarra. Me sobró una tarde para cantar estas diez canciones.

De manera reciente, El Juli me contó que el toro “es la verdad absoluta, el que te da la gloria, el que te la quita, y el que te da la opción de expresar lo que sientes”. ¿Dónde quedan ahora, en estos días, los artistas y los toreros revolucionarios? ¿Les arrebataron la opción de expresar lo que sentían?

Aquellos que perdieron la capacidad de admirar creen que nos están arrebatando la gloria, pero mientras mil corazones sigan latiendo con las verónicas y las canciones no seré yo quien diga “hasta aquí llegó mi amor”.

En esta cultura del “conmigo o contra mí”, ¿alguien le ha invitado a pasar a su trinchera para llegar a un entente cordiale?

Si tengo que ser sincero, nadie ha intentado oponerme una idea de forma convincente o civilizada. Mi interlocutor válido es Michel Houllebecq y estamos de acuerdo en casi todo. Él escribe y yo leo. Así es fácil preservar la cordialidad y entenderse.

Con su permiso (y con el del lector), citaré a José Tomás: “ya casi nadie torea para salir de pobre”. ¿Hace falta, entonces y en cualquier arte, una motivación más fuerte que el dinero?

Yo no canto para salir de pobre pero voy a terminar pobre por mucho que “cante las cuarenta”. Cantaba para irme de mi casa antes de los veinte años, y mire usted: ocho de cada diez viven con los padres hasta los treinta. Volar es para los pájaros pero pueden cantar incluso enjaulados. Yo canto por… accidente.

¿Y el amor? ¿Es una motivación más fuerte que el dinero? Absurdo, Paloma… están motivadas por el amor (más bien por el desamor), pero no sé si usted se siente más motivado por el amor o si ese abandono latente en Soledad le hace sentir mejor. Como en Belgrano, “de la ausencia a la nostalgia se patina, en recuerdos que pudimos recordar…”.

Pongámonos de acuerdo; si existe el amor, existe con sus consecuencias. Lo más probable es que –el amor- sea un invento de William Shakespeare y Armando Manzanero. Nadie creía en la existencia del amor hace quinientos años. El romanticismo es una corriente del siglo XIX y se consagra en la segunda mitad del siglo XX aunque muchos claudican sin haber probado primero el amor libre.

Por cierto, ya que mento Paloma, ¿le ha vuelto a poner precio a su propia libertad?

La libertad no debería pagar impuestos.

“Pregunten dónde quiero sufrir o en qué zona quiero amar o en qué lugar voy a morir”, canta usted en Nueva zamba a mi tierra. ¿Cuántas veces, que usted sepa, le han querido enterrar?

En modo virtual me quieren enterrar todos los días pero, caramba, a diario salgo a caminar al encuentro con mis posibles enterradores y resulta que no existen.

Miles Davis decía que había cambiado la música cuatro o cinco veces. Después, desafiante, lanzaba una cuestión que yo, en mi papel como entrevistador, le repito ahora: ¿qué ha hecho usted de importancia aparte de ser blanco?

Si yo fuera negro estarían diciendo que la tengo grande.